CORRER ME DA VIDA

Cuando cada día del invierno, me levanto antes de que amanezca para correr mientras la mayoría de las personas duerme, me siento como si fuera el primer y el último hombre sobre la tierra, o las dos cosas a la vez. A primera hora de la mañana, cuando ni los pájaros tienen ganas de cantar, me digo que soy el primer hombre sobre la tierra, salgo de casa, adormecido, rígido, con dolor de piernas, de espalda, de brazos, de todo; doy la primera zancada, luego la segunda y ya está, estoy vivo. Es perfecto, la libertad absoluta conseguida con una voluntad absoluta. Veo salir el vaho de mi respiración y entrar el aire gélido en mis pulmones, como una locomotora humana, mi combustible es la cena anterior que no tarda en ser quemada por mis piernas. La carrera de fondo a primera hora de la mañana me hace pensar que cada una de esas carreras es una vida, es renacer diariamente de tus cenizas. Cuando atravieso la ciudad de madrugada y me interno en El Retiro comprendo lo que es la soledad del corredor de fondo y comprendo que esforzarse por algo es básico y esencial en el ser humano, pero es que además, para intentar llegar a los pasajes ocultos dentro de mi conciencia, debo crear antes la soledad.
La soledad del corredor de fondo es nuestra propia vida (la de todos) una carrera contra todas las circunstancias que cualquier persona con inquietudes cree haber realizado alguna vez en su vida.
Esta rutina diaria no tiene ningún fin, es un medio en sí misma. ¿Por qué lo hago?, porque tengo la sensación de que cada día me hace más fuerte, y esta preparación me sirve para algo más que ser un buen ganador, fundamentalmente para un magnífico perdedor.

Less Wolves (texto cedido por EMILIO PALACIOS)